sábado, 21 de noviembre de 2009

Acerca de Carmen Martín Gaite 2

Aquel trabajo sobre la subjetividad literaria en Carmen Martín Gaite se mezclaba aquellos días con su otra búsqueda: el teatro. A Carmen le había tentado también, en su juventud, la idea de ser actriz, por una razón que ella entendía y que también era la suya: "De mayor quería ser actriz - decía la escritora en El cuarto de atrás -, quería desdoblarme en cientos de vidas". Sí, desdoblarse en cientos de vidas, vivirlas todas, no sólo la que le había tocado en suerte. Ése era el quid de la cuestión. Y, en ese preciso punto, va y enciende la televisión y sorprende una entrevista más bien intrascendente que le están haciendo en ese momento a Emma Vilarasau, una actriz a la que ha visto tan sólo en series de TV3 haciendo de mala o de loca y que nunca antes le ha llamado especialmente la atención. Le preguntan algo en relación con las escenas de amor en el cine y en la televisión, una pregunta que busca el morbo y no otra cosa. Ella, muy inteligentemente, lleva la cuestión a su terreno y define de manera inmejorable lo que sin duda es el auténtico "veneno del teatro". ¿Qué vino a decir más o menos? Sí, que el trabajo de un actor, si se hacía con honestidad, siempre le implicaba a nivel personal, porque se daba la paradoja de que lo que uno interpretaba frente a un público "no es verdad, porque no eres tú, pero es verdad porque te está pasando". Ahí estaba. Ése era el desdoblamiento que un actor anhelaba y al mismo tiempo temía, porque el doble reviste siempre los rasgos de lo que Freud denomina Umheimlich, "lo siniestro", según traducen normalmente los entendidos, pero sobre todo lo que es familiar y al mismo tiempo extraño, lo que está dentro de uno y uno no conoce; cuando te ves confrontado con ello, tienes una sensación de extrañeza que no pocas veces desemboca en el miedo, pero al mismo tiempo te sientes como si te hallaras dentro de un campo magnético de poderosa fuerza: la atracción del abismo, tu propio abismo. Ella había descubierto precisamente eso con Judith Keith, la mujer judía de Brecht; buceaba en sí misma para encontrar a Judith y cada vez estaba más aterrada, pero no podía no ir hacia ella, la necesitaba para encontrarse con su Umheimlich, para "quitarse una alimaña", como decía Cortázar, quien, al parecer, expresaba así el sentimiento que le invadía cuando terminaba un cuento. "Quitarse una alimaña". ¿Era exacta la cita y su atribución a Cortázar? Realmente, no podía afirmarlo. Su metódica mente se inquietaba ante la imprecisa solvencia de la fuente. La frase se la había oído decir infinidad de veces a Karina en las clases de teatro; era su modo de hacerles entender la importancia de ser sincero a la hora de prestarle a un personaje las propias emociones para que el personaje viviera y respirara; quería que entendieran que eso, precisamente, no era un sacrificio, sino una liberación. Y ella, que era un poco como Santo Tomás, había hecho un acto de fe impropio de su carácter, pero, sin duda, necesario.

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