jueves, 19 de noviembre de 2009

Acerca de Carmen Martín Gaite 1


Llevaba leído tanto ya acerca de la subjetividad fuera y dentro de la literatura, tanto acerca de Carmen Martín Gaite y tanto escrito por ella, que tal vez no necesitase leer más. Pero seguía acumulando bibliografía, posiblemente para aplazar el momento de ponerse a escribir. De pronto, ya no creía que el rigor científico fuese siempre lo mejor. El método lo había aprendido bien mientras preparaba su doctorado, pero, de repente, trabajar así la aburría. Y si ella se aburría, ¿a quién iba a interesar? Carmen le había despertado esa duda acerca de lo que se suponía que debía ser un trabajo de investigación; le estaba enseñando que en todo lo que uno emprende, incluso en una tarea intelectual, tenía que haber un compromiso más allá del rigor científico.

Al fin y al cabo, ¿cuál era el objeto de tanto empeño? No se trataba de descubrir la vacuna contra el sida o de fabricar algo que funcionase, ni de construir un puente o de encontrar el modo de hacer posible lo que una fórmula matemática permitía concebir sólo virtualmente. No, se trataba de literatura, de pensamiento humano, de historias y emociones humanas. ¿Qué sentido tenía ser un estudioso en ese campo si cada confrontación con la obra de un autor no transformaba de algún modo al investigador? ¿Qué sentido tenía desvelar todas las claves de tal o cual universo narrativo si eso, en realidad, desde un punto de vista práctico, no era ni mucho menos imprescindible para la vida de nadie? Los eruditos de la literatura y el arte eran expertos en lo superfluo. Resultaba incluso dudosa, a veces, su función social. Por eso se hizo la siguiente pregunta: si leer y entender a Carmen Martín Gaite, si descubrir cómo se desplegaba todo el tejido de la subjetividad de sus personajes no la cambiaba a ella, no era una experiencia para ella, ¿qué sentido tenía que se dedicase a llenar más páginas que, a la postre, no serían más que otra aportación al fárrago de la bibliografía secundaria, ésa con la que aquéllos que nutrían su carrera a expensas de la creatividad de otros justificaban su presencia en el mundo intelectual?

Tal vez era una señal el hecho de que, al tiempo que se preguntaba aquellas cosas, le saliera al paso el hombre de negro recriminando a Carmen por ponerle un título tan árido y poco sugerente como Usos amorosos de la postguerra a un libro que en ese momento era tan sólo un proyecto que rondaba por la cabeza de la escritora; ese título, le decía, “tiene resonancias de sus investigaciones históricas. Con ese título ya la veo volviéndose a meter en hemerotecas, empeñándose en agotar los temas, en dejarlo todo claro. Saldría un trabajo correcto, pero plagado de piedrecitas blancas, ellas sustituirían las huellas de su paso.” (El cuarto de atrás, p. 170). Y sentía como si se lo dijera a ella, como si ella fuese Carmen. Así que, de pronto, sin muchas teorías de por medio, emergía como un surtidor la función especular de la literatura y ella se convertía en el “lector implícito” que actualizaba el sentido de la obra, en la prueba veraz y viviente de todo cuanto habían intentado demostrar Jauss, Iser y los teóricos de la recepción. Se trataba, pues, de dejar las huellas de su paso. Si no dejaba las huellas de su paso, ¿para qué hacer el esfuerzo? Tal vez debería simplemente contarlo como Carmen siempre decía que había que hacer, contárselo a sí misma para luego poder contárselo a otros, a ese interlocutor que estaba buscando, aunque no lo supiera, cualquiera que tuviese alguna historia que compartir.


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