martes, 24 de noviembre de 2009

Acerca de Carmen Martín Gaite 11

Los "problemas de fontanería" de Águeda Soler, como los de Sofía Montalvo en Nubosidad variable, son el símbolo de una crisis profunda, un "cortocircuito" provocado por el cruce inesperado de "una serie de cables de distintas procedencias" (p. 29) que habían permanecido ocultos y enmascarados durante mucho tiempo. Águeda se ve abocada así a una búsqueda de respuestas acerca de sí misma y de su identidad como mujer y como persona que pasa por la recuperación de aquello que más duele y que ha sido relegado al "cuarto de atrás". Quizá el atasco más llamativo en las tuberías de Águeda, su mayor bloqueo, sea el que se manifiesta a través de su aversión a la maternidad. La sola sugerencia de Ramiro de que su mareo inicial haya podido deberse a un embarazo la hace exclamar: "¿Embarazada yo? [...] De ninguna manera, ¡Dios me libre! No quiero tener hijos nunca, nunca. ¡Jamás en mi vida!" (pp. 10-20). Desde las primeras páginas de la novela, la protagonista aparece bajo el manto de esta obsesión, que concede un peso angustioso a ciertas imágenes externas y hasta inocuas en las que no puede evitar proyectarse y descargar el profundo malestar que la perspectiva de ser madre le produce: "Sobre la puerta descubrí un letrero cuya lectura me convencía de no haberme equivocado [...] , y debajo [...], una Virgen del Perpetuo Socorro de regular tamaño con su actitud hierática de icono y los ojos en punto muerto mientras sostiene sin ganas al niño de cabeza ladeada que parece un espárrago, mal nutridos los dos, ella con casquete; casi todas las vírgenes del mundo agarran los dedos de su niño como por cumplir y se les trasluce una sonrisa aprensiva, a saber lo que me espera después de que me pinten este retrato y descuelguen los ángeles de adorno, tendré que aguantar al mismo tiempo la maternidad y la leyenda" (p. 12). La identificación de la protagonista con la imagen de la Virgen es clara y automática, tanto que el paso de la tercera a la primera persona se produce sin transición y la aprensión reflejada en la sonrisa de la imagen religiosa no es otra que la sentida por Águeda. Esa figura de "madre con niño en su regazo" se le aparece de nuevo en el metro, en carne y hueso, y la desazón es exactamente la misma: "Noté que me tiraban de la correa del bolso y me volví hacia ese lado. Era un niño de corta edad en brazos de su madre, ella iba distraída y movía los labios mirando al vacío con gesto de agobio. El niño [...] se puso a manotear muy contento, mientras se debatía en aquel regazo consabido y hostil. La madre seguía sin darse cuenta de nada, incapaz de jugar, ausente de sus preocupaciones. [...] No pude resistir la sospecha de que quisiera venir conmigo. Me levanté bruscamente sin volver a mirarlo y me abrí camino a codazos como un malhechor, huyendo del conato de llanto que oía a mis espaldas" (p. 35). No es gratuito que Águeda tenga ese encuentro en el metro precisamente, porque para ella, que significativamente lleva diez años sin utilizar ese medio de transporte y moviéndose sólo por la superficie, el hecho físico de bajar al metro se convierte en un descenso mucho más decisivo, ése al que aludíamos antes como "bajada al bosque", y que inevitablemente provoca la reflexión , provoca - establezcamos, ahora sí, un lazo con Freud - el encuentro con su particular Umheimlich, con esos "tramos umbríos [...] donde se acentúa la desconexión entre la lógica y los terrores" (p. 31). Águeda huye, busca otra vez la superficie, porque no es ninguna ingenua y sabe con lo que se está enfrentando: "Obedecer a ese mandato equivalía a asesinar mis embriones de pensamiento imprevisto, era como prohibir el acceso a los espermatozoides que se precipitan a fecundar un óvulo o destruirlos cuando han conseguido entrar, yo había elegido siempre el primer sistema, abortar me aterraba. Basta, no quería darle alas a aquella nueva metáfora, porque además era de las que escuecen, me bajaría en la próxima, se acabó el bosque" (p. 36). La metáfora en cuestión plantea el miedo a la maternidad como un síntoma de un temor más profundo a todo aquello que no controla dentro de sí misma, a su "pensamiento imprevisto". Por otra parte, en ese rechazo a la maternidad hay un ingrediente no desdeñable de terror generacional. Su encuentro, también dentro del metro, con Félix, un conocido de juventud al que ni siquiera recordaba, permite integrar a Águeda en esa población de treintañeros de clase media y formación universitaria nacidos en el baby boom de los sesenta y marcados por lo que se ha dado en llamar el "complejo de Peter Pan". Águeda, Félix y el mismo Roque, el gran amor perdido de la protagonista, pertenecen a esa generación que disfrazó su miedo al compromiso emocional y a las responsabilidades de carpe diem e independencia, y su inseguridad de inconformismo; esa generación de niños mimados, demasiado acostumbrados a los "paños calientes" (p. 96), que se proyectaban a sí mismos hacia el futuro bajo una luz difusa de rebeldía, asumida por pocos con todas sus consecuencias y apenas concretada por la mayoría mucho más allá de la fantasía del "yo tengo que ser distinto"; esa generación, en fin, cuyos miembros más soñadores se quedaron desfasados, sin haber encontrado su lugar en el mundo, sin haber sido capaces de querer a nadie o de dejarse querer y sin aceptar demasiado bien el paso de los años. Roque se gana la vida con el diseño publicitario y, al mismo tiempo, "inventa también otras cosas, para no hundirse en la mierda del todo. Y para seguir jugando a ser otro" (p. 39). A Félix, los hijos le producen tanta desazón como a Águeda. Incapaz de responsabilizarse de uno que tiene "perdido por ahí" , le confiesa a su amiga que "es un palo, por mucho que digas "allá se las apañen", por lejos que estén, los enanos siguen vivos y pidiendo coca-colas, eso no tiene vuelta de hoja. Y te llega el guirigay, ¿cómo te lo diría yo?, se te agarran a los pies y a las tripas" (p. 39). Es tal la obsesión de Félix con ese tema, que incluso está rodando un corto acerca de "un tipo que envenena a su compañera de piso cuando se entera de que va a tener un niño" (p. 40).

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