martes, 24 de noviembre de 2009

Acerca de Carmen Martín Gaite 10

Las asociaciones psicoanalíticas que podrían hacerse en relación con Águeda Soler y su incapacidad para aguantarse a sí misma son infinitas y asumidas por la autora. Aquí, como en otras obras, Martín Gaite opta por decir ella ciertas cosas, antes de que otros las esgriman como arma interpretativa, porque sin duda no son los complejos de Edipo, las esquizofrenias, las histerias, las neurosis ni las represiones sexuales o de otro signo los elementos que permiten entender de verdad a sus personajes, si bien son cosas que están ahí y frente a las que no se puede hacer la vista gorda. Por eso, Martín Gaite siembra su texto de referencias, que, de algún modo, viene a decir: "¡Eh! Ya sé que aquí da para especular mucho al amparo de Freud, pero no es eso lo que yo quiero mostrar. A mí los seres humanos me interesan por otros motivos." Así, por ejemplo, cuando al principio de la novela Águeda tiene, mientras habla con Ramiro Núñez, la visión del planeta transparente que viene a estrellarse con el nuestro y dentro del cual se halla su madre ocupando el lugar de la escena que le correspondería a ella, y el médico atiende solícito al mareo que le sobreviene como consecuencia de tal visión, Águeda agradece que Ramiro no le pregunte nada y se da cuenta de que el doctor Núñez no es de aquéllos que se pondrían "a hurgar en mis complejos de Edipo" (p. 20). También, cuando de pronto siente la necesidad de hacerle confidencias a Magda, su jefa en el archivo, una mujer que anhela ese tipo de confianza con ella y a la que siempre ha rechazado más o menos agriamente, Águeda mira por un momento la escena desde fuera y se ríe de sí misma al comprobar que "aquello se estaba encaminando, a poco olfato que se tuviera, por vericuetos parecidos a los que desembocan en el diván del psiquiatra" (p. 146). Estos avisos, en los que se deja oír la voz de la autora, tienen la virtud de despertar nuestra cautela, porque lo cierto es que determinadas asociaciones son inevitables si tenemos en cuenta que toda la peripecia de Águeda Soler se cose a partir de recuerdos, sueños e imágenes reflejadas de sí misma, y esos pocos días de su vida que compartimos con ella son los de su descenso a los infiernos o, lo que es lo mismo, usando una metáfora de la propia Águeda, los de su "bajada al bosque", emprendida tras tiempo y tiempo de existencia "enajenada", es decir, de ocuparse de "asuntos ajenos", en gran parte gracias a su trabajo de archivera, en el que día a día se las ve con documentos y legajos que contienen a otros seres y gracias a los cuales "ahogas tu propia indecisión en la de otros y con eso olvidas el cacao de tu vida" (p. 38). De las profundidades del desván de su conciencia, su "cuarto de atrás", Águeda va a sacar todo lo que durante años se la ha ido pudriendo en ese lugar difícil de ubicar, y va a lograr, como Dante de la mano de Virgilio, y en palabras de Rosario Tena, "salir del mal por las mismas escaleras del mal, lograr cambiar su rumbo sin cambiar su existencia, aprovechándola" (p. 182). La muerte de su madre, el asunto de su abuelo, el juego que le propone Ramiro Núñez tendrán la virtud de destapar el "pozo negro" de Águeda, del cual, como en el sueño que tiene la noche misma de su primera visita al sanatorio, va a brotar toda la podredumbre que desde la más temprana adolescencia ha estado atascando las tuberías de su alma: "Los conductos subterráneos se habían roto por la noche; precisamente en uno de los sueños que tuve aparecía papá muy enfadado conmigo, pidiéndome explicaciones de los malos olores que invadían el chalet donde vive ahora; su niño había despertado diciendo "¡caca! ¡caca!"; al fin encontraron un agujero grande junto a la piscina y enseguida papá, a pesar de que no se distingue por su perspicacia, había adivinado que aquel borboteo de porquería que iba enfangando el jardín afluía de mi pozo negro. Tuve otros sueños de tuberías y de cables sin separar, pero no me acuerdo tan bien como de ése" (p. 26).

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